Al fondo del salón, Mr Holles tocaba el piano
con suma nostalgia, las notas emanadas de sus dedos caían como gotas de melancolía
inundando la estancia. De espaldas, solo un leve movimiento de brazos se
apreciaba, su cabeza agachada parecía fundirse con la onda sonora emitida del
instrumento, que hablaba con la delicadeza propia e instrospectiva que la música
es capaz de transmitir.
La tenue iluminación de la sala otorgaba mayor misticismo a
la escena, Liv y yo debíamos parar en algún momento al entrevistado para
poder realizar nuestro trabajo, pero era una blasfemia interrumpir el ritual mágico al que Holles se enfrentaba.
Me atrevo a decir que aquella suave melodía de piano nos había
inducido en trance, Liv no pestañeaba, mostrando un gesto pasmado pero bello,
las notas de aquella balada engrandecían aún más su fina belleza. Admiré como
un idiota su perfil, iluminado a través de un hilo de luz plateada que se
colaba por uno de los ventanales. El cabello castaño le caía con gracia por el
hombro, donde arremolinaba al compás las puntas con sus dedos.
Holles acrecentó la velocidad de la música, la pasión nostálgica
rugió por el salón, el corazón se me salía del pecho sin entender la causa de
la pieza, era un mensaje encriptado, una salva al recuerdo, atrapada memoria en
los dedos del compositor, llorando a través del piano la agonía del paso del
tiempo.
Con ira tocó las últimas notas acabando en un estruendoso
aplauso proveniente del otro lado del salón, a nuestra espalda. Una elegante
mujer de dorados cabellos aplaudía. Se hacía llamar Evelyn, una estirada aristócrata
acostumbrada a los grandes conciertos, de un halo frio y controlador, se acercó
hasta las espaldas de Holles y, una vez lo alcanzó, agachó su estilizado cuerpo
para susurrarle unas palabras al oído...
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