miércoles, 15 de octubre de 2014

Lipsbrook X

El terror era palpable en mis músculos que tintineaban inquietos ante la cruenta batalla que iban a librar. Los latidos de mi corazón estallaban sobre mis oídos incrementando su fuerza a medida que aquel repugnante ser ascendía por la fachada de la biblioteca. La oscura atmósfera de la sala se tornó verdosa. El rostro del diablo asomaba por el marco de la ventana, aun lejos de mi posición, imposible intentar disparar con claridad. Tras una rápida mirada, la criatura descendió pared abajo con cautela, parecía desconfiar de la presa yacente a la que se dirigía.

La imagen que se abría ante nosotros era aterradora, una despiadada alimaña se disponía a devorar el exánime cuerpo de un soldado. Sin esperanza miré a mi alrededor tratando de hallar una salida de aquel lugar de muerte. Solo halle un hermético recinto de piedra verdosa, en mi búsqueda topé con una panorámica del cielo encapotado, en él, la luna se marchaba entre la espesura de las nubes, hasta ella me había abandonado aquella noche. El destino de Kitsune y el mio estaba en manos de un rifle que desconocía por completo y de una puntería en la cual no confiaba.
Levanté el rifle a la altura de mi barbilla, me lo apoyé sobre el hombro, cerré un ojo tratando de apuntar por la mirilla. En aquel diminuto agujero vi el macabro rostro del luminoso preparándose para atacar al soldado. Mantuve la respiración y disparé.

El eco metálico del disparo retumbó por toda la estancia, le siguieron un estallido y un golpe pesado sobre el suelo. Mi enemigo había sido alcanzado, su luz se había extinguido. La luz grisácea que antes bañaba la sala había regresado parecía como si hubiese devuelto la vida a la luna que volvía a aparecer sobre el cielo. Pero para mi sorpresa, allí no había ningún cadáver, ambos cuerpos habían desaparecido, era como si aquella penumbra los hubiese evaporado en la noche.

La incertidumbre colapso mi mente, anonadado por la situación ande por el hall con el apuntando cada rincón. Kitsune seguía mis pasos con cautela, erizado olfateando cada metro de suelo.

Al fondo del hall, negra como la muerte, se erguía la puerta principal. No debía salir de la biblioteca, pero ante el extraño giro de acontecimientos parecía ser la única salvación. A mi mente regreso Alejandro Magno, quien jamas llegó a ver terminado su gran proyecto, la biblioteca de Alejandría. Como él, yo debía resignarme a dejar mi sueño atrás y regresar a la cruenta batalla por la supervivencia.

Los ecos de las balas sonaban lejanos, pero pronto iban a restallar cerca de mi. Cuando nos colocamos a la altura de la majestuosa puerta miré a Kitsune en señal de aprobación. El sabio animal me devolvió la mirada con la autodeterminación que caracteriza a los soldados antes de salir a enfrentarse a su destino.

Descorrí la pesada cerradura y empuje la puerta. Tras el umbral de la puerta un grupo de soldados custodiaban las inmediaciones, dispuestos en círculo apuntaban las azoteas de las casas circundantes. Ante el sonido de la puerta abriéndose, un jovencisimo soldado de bucles rubios y cara aniñada se giró apuntándome, su uniforme desgastado se agitaba enfurecido ante las acometidas del viento de aquella noche. Sorprendido, preguntó mi nombre y me dio indicaciones, apuntando a una diminuta azotea. Su confusión le llevó a creer que yo era un voluntario enrolado en la causa. La presencia de Kitsune bajo mis pies le arrancó una tímida sonrisa, sin vacilar, se agachó y paso su mano sobre su lomo, Kitsune bajo su cabeza en señal de agradecimiento ante la muestra de cariño de aquel soldado.
Mi única salida en aquel momento era clara, debía proteger la posición junto a aquellos hombres, juntos podríamos sobrevivir a la noche y sus bestias.
La calma en los tejados resultaba sospechosa, el aire rezumaba tormenta, una tormenta que se desataría de un momento a otro sobre nuestras cabezas. Viendo los rostros de todos aquellos hombres me sentía uno más, estábamos aterrorizados a pesar de nuestra ventaja, nuestras armas no conseguirían nada en un combate cuerpo a cuerpo frente a aquellos gigante verdes.

El anaranjado pelaje de Kitsune no tardó en erizarse, su valentía salio a la luz y se alzó frente a nosotros. Su cabeza subió al cielo y sus colmillos asomaron de su hocico. Instintivamente, todos los presentes dirigimos nuestros cañones en la dirección que fijaba Kitsune. El viento cesó de golpe, sobre nuestras cabezas el cielo se oscureció aún más, ocultando de nuevo a la luna, el ruido de la muerte comenzó a resonar en tromba desde el fondo de un estrecho callejón débilmente alumbrado por un farol.
Con gran nerviosismo y temor apuntábamos el callejón, preparándonos para el ataque frontal con la muerte. Un alarido desesperado de mujer nos sobrecogió, el eco de su voz heló mis huesos y me hizo dar un respingo, por un momento a mi mente vino la imagen de Elisa siendo capturada por una de aquellas criaturas de la noche.

Ninguno de nosotros se atrevía a abrir fuego sobre el callejón, la curiosidad era mas fuerte que el miedo a lo desconocido así que seguimos esperando  la aparición de una de esas criaturas. Kitsune no paraba de gruñir con cada vez mas fuerza, parecía arder en llamas. De pronto, una sombra se ilustro contra la pared del callejón, su aspecto antropomorfo y descompensado no le daba el aspecto de ser un hombre, pero tampoco se veía una luz verde, cosa que, para mi, sirvió de alivio al saber que no iba a volver a enfrentarme con uno de esos engendros.

Uno de los soldados no pudo aguantar la presión y disparo una ráfaga al callejón, al instante, una voz proclamó -!No disparen!-.

La figura de una esbelta joven se dibujó a la luz del farol, llevaba a cuestas el cuerpo de un varón moreno y fornido que chorreaba sangre. No era capaz de distinguir el rostro de ninguno de ellos debido a la tenue luz que caía sobre su posición.
Exhausta, la joven dejó caer el pesado cuerpo que cargaba a hombros, hundiéndose en el suelo junto a él. Un triste llanto se desató en el callejón, se rompía a pedazos a escasos metros de nuestra posición mientras nosotros sorprendidos por los acontecimientos permanecíamos inmóviles. No pude aguantar la escena y me decidí a encaminarme a socorrerles.

Un brazo se interpuso en mi camino cerrándome. Con un gesto fuerte y decidido, uno de los soldados me indicó que parase. Yo no era capaz de entender la causa de aquel gesto, pero me limite a obedecer y dando un paso hacia atrás regrese a mi posición.

Kitsune no cesaba de gruñir y aquel soldado se preparaba para dar la orden de abrir fuego sobre el callejón. La descabellada orden chocaba frontalmente contra mi ética, no iba a participar en el sacrificio de dos jóvenes que claman ayuda por lo que trataba de disuadir a mis compañeros clavándoles mi mirada compasiva. Uno de ellos, me indicó con terror que volviese mi mirada al frente y, con dos dedos, me señaló el callejón. En él, la joven, con el pelo inundandole el rostro, seguía llorando desconsoladamente mientras sujetaba el inerte cuerpo de su amante. Verlos bajo el umbral de un farol me rompía el corazón, regresaban de la oscuridad para morir en la luz ante nuestra pasividad.

De pronto, una luz se iluminó tras el cuerpo de la joven, la luz ,de un verde intenso, mostró la figura repulsiva de un luminoso. En un abrir y cerrar de ojos aquella criatura arrastró hacia la oscuridad a la joven, haciéndola desaparecer. Nosotros abrimos fuego en tromba, corriendo y descorriendo los cerrojos escupiendo balas a ciegas. A pesar del intento, la muerte se había cobrado una víctima más aquella oscura noche.

Kitsune había vuelto a la calma y traumado por la escena se resguardó entre mis piernas. Todos los presentes nos miramos perplejos tratando de averiguar cual seria el próximo movimiento de la compañía.

Viendo las caras de aquellos aniñados soldados comprendí que se trataba de un grupo sin jerarquía alguna y con una pésima preparación. Ninguno de ellos comentó nada sobre mi vestimenta, a pesar de ser el centro de sus miradas en aquel momento, comprendí que esperaban órdenes de una persona de mi madurez para actuar.
Sin vacilar un instante, asumí los galones y pregunté por la ubicación del cuartel general, era el único lugar donde podríamos estar seguros aquella noche y donde podría arrojar luz sobre la ubicación de Elisa aunque por otro lado me asaltaba la idea de que no seria bien recibido por las personas que tiempo atrás me habían abandonado en el bosque.

Uno de los soldados dio un paso al frente tras mi pregunta y me contó que la zona de mando se hallaba en la catedral. Me alivio saber que nuestro destino se encontraba a dos calles de allí.

El camino se recorrió sin sobresaltos, por precaución, dispuse a los soldados formando dos filas de tres, de manera que, unos cubrían la parte delantera y otros la trasera. Los hice caminar con sigilo para no levantar ruido alguno y coloqué a Kitsune al frente aprovechando su olfato para detectar el peligro.
Cruzamos la calle Mun bajo el manto de los infinitos faroles y doblamos a su derecha adentrándonos en la oscura pero rápida avenida Wolf sirviéndonos de su posición de atajo. Me sorprendió la aparente tranquilidad del pueblo aquella noche de caos, los habitantes parecían dormir en calma a pesar del incesante traqueteo de balas en sus inmediaciones.

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