El
terror era palpable en mis músculos que tintineaban inquietos ante
la cruenta batalla que iban a librar. Los latidos de mi corazón
estallaban sobre mis oídos incrementando su fuerza a medida que
aquel repugnante ser ascendía por la fachada de la biblioteca. La
oscura atmósfera de la sala se tornó verdosa. El rostro del diablo
asomaba por el marco de la ventana, aun lejos de mi posición,
imposible intentar disparar con claridad. Tras una rápida mirada, la
criatura descendió pared abajo con cautela, parecía desconfiar de
la presa yacente a la que se dirigía.
La
imagen que se abría ante nosotros era aterradora, una despiadada
alimaña se disponía a devorar el exánime cuerpo de un soldado. Sin
esperanza miré a mi alrededor tratando de hallar una salida de aquel
lugar de muerte. Solo halle un hermético recinto de piedra verdosa,
en mi búsqueda topé con una panorámica del cielo encapotado, en
él, la luna se marchaba entre la espesura de las nubes, hasta ella
me había abandonado aquella noche. El destino de Kitsune y el mio
estaba en manos de un rifle que desconocía por completo y de una
puntería en la cual no confiaba.
Levanté
el rifle a la altura de mi barbilla, me lo apoyé sobre el hombro,
cerré un ojo tratando de apuntar por la mirilla. En aquel diminuto
agujero vi el macabro rostro del luminoso preparándose para atacar
al soldado. Mantuve la respiración y disparé.
El
eco metálico del disparo retumbó por toda la estancia, le siguieron
un estallido y un golpe pesado sobre el suelo. Mi enemigo había sido
alcanzado, su luz se había extinguido. La luz grisácea que antes
bañaba la sala había regresado parecía como si hubiese devuelto la
vida a la luna que volvía a aparecer sobre el cielo. Pero para mi
sorpresa, allí no había ningún cadáver, ambos cuerpos habían
desaparecido, era como si aquella penumbra los hubiese evaporado en
la noche.
La
incertidumbre colapso mi mente, anonadado por la situación ande por
el hall con el apuntando cada rincón. Kitsune seguía mis pasos con
cautela, erizado olfateando cada metro de suelo.
Al
fondo del hall, negra como la muerte, se erguía la puerta principal.
No debía salir de la biblioteca, pero ante el extraño giro de
acontecimientos parecía ser la única salvación. A mi mente regreso
Alejandro Magno, quien jamas llegó a ver terminado su gran proyecto,
la biblioteca de Alejandría. Como él, yo debía resignarme a dejar
mi sueño atrás y regresar a la cruenta batalla por la
supervivencia.
Los
ecos de las balas sonaban lejanos, pero pronto iban a restallar cerca
de mi. Cuando nos colocamos a la altura de la majestuosa puerta miré
a Kitsune en señal de aprobación. El sabio animal me devolvió la
mirada con la autodeterminación que caracteriza a los soldados antes
de salir a enfrentarse a su destino.
Descorrí
la pesada cerradura y empuje la puerta. Tras el umbral de la puerta
un grupo de soldados custodiaban las inmediaciones, dispuestos en
círculo apuntaban las azoteas de las casas circundantes. Ante el
sonido de la puerta abriéndose, un jovencisimo soldado de bucles
rubios y cara aniñada se giró apuntándome, su uniforme desgastado
se agitaba enfurecido ante las acometidas del viento de aquella
noche. Sorprendido, preguntó mi nombre y me dio indicaciones,
apuntando a una diminuta azotea. Su confusión le llevó a creer que
yo era un voluntario enrolado en la causa. La presencia de Kitsune
bajo mis pies le arrancó una tímida sonrisa, sin vacilar, se agachó
y paso su mano sobre su lomo, Kitsune bajo su cabeza en señal de
agradecimiento ante la muestra de cariño de aquel soldado.
Mi
única salida en aquel momento era clara, debía proteger la posición
junto a aquellos hombres, juntos podríamos sobrevivir a la noche y
sus bestias.
La
calma en los tejados resultaba sospechosa, el aire rezumaba tormenta,
una tormenta que se desataría de un momento a otro sobre nuestras
cabezas. Viendo los rostros de todos aquellos hombres me sentía uno
más, estábamos aterrorizados a pesar de nuestra ventaja, nuestras
armas no conseguirían nada en un combate cuerpo a cuerpo frente a
aquellos gigante verdes.
El
anaranjado pelaje de Kitsune no tardó en erizarse, su valentía
salio a la luz y se alzó frente a nosotros. Su cabeza subió al
cielo y sus colmillos asomaron de su hocico. Instintivamente, todos
los presentes dirigimos nuestros cañones en la dirección que fijaba
Kitsune. El viento cesó de golpe, sobre nuestras cabezas el cielo se
oscureció aún más, ocultando de nuevo a la luna, el ruido de la
muerte comenzó a resonar en tromba desde el fondo de un estrecho
callejón débilmente alumbrado por un farol.
Con
gran nerviosismo y temor apuntábamos el callejón, preparándonos
para el ataque frontal con la muerte. Un alarido desesperado de mujer
nos sobrecogió, el eco de su voz heló mis huesos y me hizo dar un
respingo, por un momento a mi mente vino la imagen de Elisa siendo
capturada por una de aquellas criaturas de la noche.
Ninguno
de nosotros se atrevía a abrir fuego sobre el callejón, la
curiosidad era mas fuerte que el miedo a lo desconocido así que
seguimos esperando la aparición de una de esas criaturas.
Kitsune no paraba de gruñir con cada vez mas fuerza, parecía arder
en llamas. De pronto, una sombra se ilustro contra la pared del
callejón, su aspecto antropomorfo y descompensado no le daba el
aspecto de ser un hombre, pero tampoco se veía una luz verde, cosa
que, para mi, sirvió de alivio al saber que no iba a volver a
enfrentarme con uno de esos engendros.
Uno
de los soldados no pudo aguantar la presión y disparo una ráfaga al
callejón, al instante, una voz proclamó -!No disparen!-.
La
figura de una esbelta joven se dibujó a la luz del farol, llevaba a
cuestas el cuerpo de un varón moreno y fornido que chorreaba sangre.
No era capaz de distinguir el rostro de ninguno de ellos debido a la
tenue luz que caía sobre su posición.
Exhausta,
la joven dejó caer el pesado cuerpo que cargaba a hombros,
hundiéndose en el suelo junto a él. Un triste llanto se desató en
el callejón, se rompía a pedazos a escasos metros de nuestra
posición mientras nosotros sorprendidos por los acontecimientos
permanecíamos inmóviles. No pude aguantar la escena y me decidí a
encaminarme a socorrerles.
Un
brazo se interpuso en mi camino cerrándome. Con un gesto fuerte y
decidido, uno de los soldados me indicó que parase. Yo no era capaz
de entender la causa de aquel gesto, pero me limite a obedecer y
dando un paso hacia atrás regrese a mi posición.
Kitsune
no cesaba de gruñir y aquel soldado se preparaba para dar la orden
de abrir fuego sobre el callejón. La descabellada orden chocaba
frontalmente contra mi ética, no iba a participar en el sacrificio
de dos jóvenes que claman ayuda por lo que trataba de disuadir a mis
compañeros clavándoles mi mirada compasiva. Uno de ellos, me indicó
con terror que volviese mi mirada al frente y, con dos dedos, me
señaló el callejón. En él, la joven, con el pelo inundandole el
rostro, seguía llorando desconsoladamente mientras sujetaba el
inerte cuerpo de su amante. Verlos bajo el umbral de un farol me
rompía el corazón, regresaban de la oscuridad para morir en la luz
ante nuestra pasividad.
De
pronto, una luz se iluminó tras el cuerpo de la joven, la luz ,de un
verde intenso, mostró la figura repulsiva de un luminoso. En un
abrir y cerrar de ojos aquella criatura arrastró hacia la oscuridad
a la joven, haciéndola desaparecer. Nosotros abrimos fuego en
tromba, corriendo y descorriendo los cerrojos escupiendo balas a
ciegas. A pesar del intento, la muerte se había cobrado una víctima
más aquella oscura noche.
Kitsune
había vuelto a la calma y traumado por la escena se resguardó entre
mis piernas. Todos los presentes nos miramos perplejos tratando de
averiguar cual seria el próximo movimiento de la compañía.
Viendo
las caras de aquellos aniñados soldados comprendí que se trataba de
un grupo sin jerarquía alguna y con una pésima preparación.
Ninguno de ellos comentó nada sobre mi vestimenta, a pesar de ser el
centro de sus miradas en aquel momento, comprendí que esperaban
órdenes de una persona de mi madurez para actuar.
Sin
vacilar un instante, asumí los galones y pregunté por la ubicación
del cuartel general, era el único lugar donde podríamos estar
seguros aquella noche y donde podría arrojar luz sobre la ubicación
de Elisa aunque por otro lado me asaltaba la idea de que no seria
bien recibido por las personas que tiempo atrás me habían
abandonado en el bosque.
Uno
de los soldados dio un paso al frente tras mi pregunta y me contó
que la zona de mando se hallaba en la catedral. Me alivio saber que
nuestro destino se encontraba a dos calles de allí.
El
camino se recorrió sin sobresaltos, por precaución, dispuse a los
soldados formando dos filas de tres, de manera que, unos cubrían la
parte delantera y otros la trasera. Los hice caminar con sigilo para
no levantar ruido alguno y coloqué a Kitsune al frente aprovechando
su olfato para detectar el peligro.
Cruzamos
la calle Mun bajo el manto de los infinitos faroles y doblamos a su
derecha adentrándonos en la oscura pero rápida avenida Wolf
sirviéndonos de su posición de atajo. Me sorprendió la aparente
tranquilidad del pueblo aquella noche de caos, los habitantes
parecían dormir en calma a pesar del incesante traqueteo de balas en
sus inmediaciones.