martes, 1 de julio de 2014

Lipsbrook VIII

"El fin justifica los medios" y eso es lo que debió de pensar al invadir nuestro pueblo. La ciudad se llenaba de soldados jóvenes, que fusil en mano custodiaban las calles. De los quince soldados que pude ver a la salida de la iglesia ninguno de ellos parecía llegar a la veintena de edad, eran críos con uniformes verdosos que caían destallados sobre sus cuerpos, los rifles no se agarraban con la seguridad con la que un profesional los sujeta y su objetivo no parecía claro, deambulaban con la incertidumbre de si tener que asegurar el perímetro o custodiar a Arthur a su campamento.

Un soldado llamó mi atención al salir de la iglesia, era un tipo joven de unos dieciséis años de edad, pequeño y rubio, con la cara redonda, labios finos y nariz ancha. Su mirada se movía nerviosa y su rifle tintineaba entre sus manos, se encontraba asustado y perdido en Lipsbrook, echaba fugaces miradas a cada persona que salia de la iglesia como tratando de descubrir cual era su misión.

Elisa volvió a tirar de mí para llevarme a otro sitio, pero, ¿Donde me llevaría esta vez? Rodeamos la iglesia y nos adentramos en el callejón de atrás, era un pasillo estrecho con paredes de un grisáceo pútrido y un olor nauseabundo debido a un pequeño área inundado por agua estancada y verdosa que soporizaba por una diminuta oquedad del cubo de residuos de la iglesia.
Elisa no vacilo en ningún momento, agarró mis hombros y con gesto eléctrico dijo:



-La razón por la que te he traído aquí, a esta iglesia, era para quedar con Emma y Henri y escaparnos de este maldito pueblo, debíamos encontrarnos aquí, dirigirnos a Westbrook desde donde un amigo de Henri nos transportaría en un coche de caballos hasta la estación de tren que parte a Newcastle, allí la familia de Henri nos proporcionaría asilo. No se porque no han aparecido, me temo que nos han engañado y se han ido ellos dos solos.



Antes de que pudiese defender el honor de mi amigo, y el compromiso de sus palabras, un golpe seco de la culata de un fusil impactó contra mi nuca haciéndome caer noqueado. Mi vista se torno en negro y me sumió en el sueño durante un largo tiempo.

Soñé con seres antropomorfos que emanaban luces de su cuerpos.Una orgía de colores terribles inundaban mi senda, si, recuerdo hallarme en mi sueño caminando a través de un desierto en la noche, seguía las vías de un abandonado tramo de ferrocarril, a mis lados custodiaban mis pasos una serie de criaturas fungiformes de ojos de luz roja. Esperaban el momento en que saliera de las vías para devorarme, los oía relamerse. Se trataba de un ejército de chepudas criaturas gruñendo pidiendo mi caza, rugían a cada paso que daba con un ruido devastador y terrorífico. Frente a mí, en la distancia, un enorme tótem se erguía. Representaba una criatura híbrida, mitad hombre, mitad rinoceronte a la cual me acercaba hipnotizado haciéndose más grande a cada paso que daba. Su rostro, con una sonrisa demoníaca, transmitía un sentimiento de terror inhumano, parecía provenir del mismísimo infierno, de las profundidades del averno, me aterraba mas que mis guardaespaldas. En mi sueño no podía echar la vista atrás, la atracción del tótem era demasiado fuerte. En el momento en que me encontré bajo los pies de la enorme criatura de piedra su rostro cambio y pude ver el rostro del enorme titan del bosque.

Avanzaba mecánicamente hacia aquel rostro que lentamente inundaba mis alturas ensombreciendo mi camino, la oscuridad iba en aumento, era mi final...

Al despertar, mareado y con un fuerte dolor de cabeza, mis ojos comenzaron a esbozar mi alrededor, en un principio pude ver manchas de colores, formas diluyéndose ante mis ojos y voces planeando sobre mi cabeza, los ecos producidos por sus voces no se transcribían en mensajes en mi cerebro. Parpadeaba tratando de recobrar la consciencia, traté de frotarme los ojos pero mis muñecas permanecían atadas tras mi espalda. En cambio, podía andar, aunque debido a mi aturdimiento no era capaz de trazar una linea recta, por lo que caí de bruces al intentar caminar hacia delante.
El olor de la húmeda hierba dio pistas de donde me hallaba, trate de afinar mi oído para poder escuchar algo, pero ni un alma se encontraba allí, solo podía oír los murmullos de las hojas al crepitar, el viento meciendo la hierba junto con los rápidos pasos de algún pequeño conejo que, a lo lejos, andaba buscando alimento.

La hierba mojada despertaba lentamente mis sentidos devolviéndome a la realidad, mi vista poco a poco identificaba las manchas de color, y mis piernas recuperaban su motricidad.
Pero cual fue mi sorpresa cuando una mancha de un anaranjada apareció frente a mí, avanzaba rápidamente, parecía un ente flotando sobre la hierba, de un pequeño tamaño pero con gran vitalidad. Por un instante sentí pánico, que de ser o fuerza se iba a abalanzar contra mí. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, y ante mi imposibilidad de levantar mi cuerpo de la hierba, la figura se paró, traté de no mover un solo musculo para pasar desapercibido. Podía sentir su calor, su respiración era jadeante como la de un perro, el vaho que producía su boca impactaba contra mi rostro inundando mi olfato de un denso y desagradable olor. De pronto, su diminuta lengua lamió mi cara, la saliva dibujo un camino sobre mi rostro provocando un chapuzón sobre mi cabeza, al instante, desperté de mi letargo y pude volver a sentir el control sobre mi cuerpo. Mis ojos volvían a mostrar imágenes nítidas, y el espectro naranja de húmeda lengua se torno en un joven zorro de vivaz pelaje, ardiendo erguido ante el sol del atardecer.


A pesar de su pequeña figura, el animal se mostraba solemne sobre la hierba, su estilizado hocico se levantaba hacia el cielo al igual que sus orejas que, en posición de alerta velaban por su seguridad, su lomo, cubierto de un agitado fuego confería voluptuosidad y el blanquecino sendero que recorría su pecho le otorgaba gran pureza. La encrespada cola se agitaba de felicidad al verme, el animal era dócil y eso me halagaba, al fin la naturaleza se portaba bien conmigo y no quería destruirme.

Levante mi cuerpo con esfuerzo ante la atenta mirada del joven zorro, una vez de pie el animal se alineo a mi derecha, acurrucándose contra mi pierna, su suave pelaje temblaba sobre mi pantorrilla, el animal estaba asustado, sus orejas se replegaban hacia atrás y su rabo se escondía tras sus cuartos traseros. Con gran suavidad me agache para agarrarlo del lomo y cogerlo en brazos, a pesar de mis pocos conocimientos sobre los zorros sabia que era una joven cría que quizás se encontraba huérfana en el bosque.

Mi anaranjado amigo no opuso resistencia alguna y se dejó llevar sobre mis brazos, lamió mis dedos en señal de gratitud y una vez contra mi regazo me miro a los ojos, sus ojos esmeralda lucían vidriosos y apagados. Su mirada me compungió, a saber las barbaridades que había presenciado a su tan corta existencia.

Comenzamos a andar por el bosque, no entendía muy bien el por qué había acabado allí, era media tarde y no se atisbaba prueba alguna de ningún humano a mi alrededor y mucho menos de Elisa, a quien principalmente buscaba, y digo principalmente, por que no sabia en que zona del bosque me encontraba por lo que me hallaba perdido.

Cuando apenas habíamos caminado unos cien metros, mi pequeño amigo comenzó a inquietarse, el pelaje se le erizó, su hocico dejo entrever sus colmillos, que lucían como diminutos sables de marfil, sus orejas en punta aguardaban la orden de atacar.
Trate de averiguar el motivo de su cambio de estado, el camino no se había modificado un ápice, de hecho reinaba una gran calma, los fresnos se agitaban con suavidad ante el fino viento que soplaba tras nuestras espaldas, los pájaros dormían con total tranquilidad y el sol calentaba nuestro paso iluminándolo a pesar de los numerosos brazos de los árboles.

Pero mi compañero, seguía acrecentando su alarma a cada paso, hasta que al situarnos justo delante de un enorme tronco caído, el animal gruñó con fuerza e intento saltar de mis brazos para atacar. Agarré con fuerza su cuerpo a fin de evitar una lucha con lo que quiera que habitase al otro lado del tronco. Conseguí controlar el desmedido ímpetu del zorro, a pesar de su pequeño tamaño.

Algo se escondía tras el tronco caído, y por lo que parecía no se trataba de algo amistoso. Imágenes centellearon en mi cabeza llenándome de un inmenso temor, la imagen del joven devorado por el luminoso asomo en mi mente, tras ella los ojos de la bestia en la cueva tratando de atraparme. Mis piernas temblaban ante lo que pudiese hallarse tras aquel tronco, pero mi curiosidad me empujó a seguir adelante y descubrir que era lo que inquietaba a mi amigo.

Cuando estuve lo suficientemente cerca del tronco, incline ligeramente el cuerpo hacia adelante con suma precaución. Un rojizo charco de sangre habitaba el lugar, flotando sobre él, un revólver, y a unos pocos metros un zorro yacente descansaba sobre la dolorosa hierba. Abnegada por la muerte con un disparo en el vientre. Al presenciar la escena tapé, en acto reflejo, los ojos del pequeño zorro, no quería que presenciase la muerte de su madre.

Cuando pose mi mano sobre sus ojos noté como mis dedos se humedecieron, el animal estaba llorando, su pelaje y orejas regresaron a su anterior quietud. Acaricié su lomo a fin de calmarle y me dedique a presenciar la escena a fin de poder reconstruir los hechos.

La sangre brotaba del vientre del animal pero parecía excesiva para una criatura de esa envergadura, además, el revólver tirado en el suelo no poseía ningún sentido. ¿Quien podría disparar a un animal y luego arrojar el arma a escasos metros del cadáver? Advertí un sonido a mi derecha, intermitente,denso y repetitivo. Giré mi cabeza y observé un goteo de sangre que se precipitaba chocando contra la superficie del árbol caído, formando un charco que desembocaba en el gran mar sanguinolento donde yacía el difunto zorro. Las gotas debían caer de algo posado sobre nuestra cabeza, por lo que alcé la vista hacia el cielo. Un desagradable hecho aconteci, ya que sobre mi cabeza se encontraba el cuerpo de un soldado atrapado entre  una maraña de ramas.

La gran herida de su cuello era la culpable del goteo, una gran criatura le había desgarrado el pescuezo y subido a aquel árbol, aunque no parecía haberse ensañado con su cuerpo, su uniforme estaba hecho jirones y su rostro no parecía descansar en paz. Lucia aterrado por la muerte que le sobrevino, el pánico en su mirada me produjo un gran escalofrío.

Con el descubrimiento de la macabra escena pude reconstruir los hechos e intentar formularme una respuesta. Probablemente el soldado se vería perseguido por una criatura del bosque, comenzaría su huida y se encontró con el zorro, a quien disparó debido a su posible estado de nervios, una vez hecho, eñ ruido delató su posición, facilitando el trabajo a su perseguidor, quien le dio caza desde las ramas y lo subió arriba para darle muerte.

Mi simple hipótesis parecía responder al hecho que acontecía pero no tenia respuesta para preguntas mas complejas como el hecho de que despertase tras un golpe en el bosque sólo o donde se encontraba Elisa.

Por otro lado, el ataque al soldado ocurrido por el día me hizo pensar que quizás el bosque no era solo peligroso de noche sino también de día. Aquella idea me hizo recapacitar sobre la quietud del bosque en aquella tarde y decidí salir de la escena del crimen con paso rápido para tratar de llegar a Lipsbrook. Proporcionaría a mi pequeño amigo naranja custodia bajo el techo de mi hogar.

Anduve con paso firme y rápido en dirección norte con el zorro sobre mis brazos. El bosque pasó de la calma y el silencio anteriores a la agitación y la reproducción de multitud de sonidos,  ahora pasaba a escuchar cada chasquido del ramaje, el aleteo de los pájaros sobre nuestras cabezas, las alimañas moviéndose rápidas a nuestro alrededor y los brazos de los arboles dándonos sombra ante la progresiva caída del sol a nuestras espaldas.

El sol iba cayendo inexorablemente tras el horizonte haciendo que la noche sumiese con su manto el bosque, solo teníamos unos minutos antes de adentrarnos en la oscuridad, donde seriamos pasto de las criaturas. No sabia bien donde desembocarían mis pasos pero confiaba en conseguir salir de allí. Mi joven compañero miraba desde el regazo con un gesto tranquilo que dejaba entrever una sonrisa esbozada en el hocico. Gesto que ya había visto antes en un animal, su fiel amistad había sido conseguida.




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