¿Nunca
habéis despertado de la cama con la sensación de no recordar nada de tu vida,
de no saber por qué has despertado ahí, no recordar que pasó la noche anterior
y notar una calma emocional que dibuja una amplia sonrisa vital en tu rostro?
Así amanecí aquella mañana, absorto a cualquier acontecimiento ocurrido hace
unas horas, con una serena calma en mi interior.
Los rayos
del sol que penetraban de entre las tablas de la ventana iluminaban mis
extasiados ojos, debajo, Elisa descansaba retorcida entre las sábanas con su
melena despreocupada inundando la almohada. Recorrí el pasillo para
inspeccionar la casa, en la habitación de invitados Emma reposaba sobre la cama
mientras Henri, en profundo sueño, permanecía sentado en una silla con un
martillo entre sus manos, que ahora usaba como apoyo para su pesada y
somnolienta cabeza.
No quise
despertarlos, quería gozar de un rato en soledad, tumbarme en mi sofá y
escribir la belleza emanada por una mañana primaveral, me quedaría un
rato mirando tras la ventana el ajetreo de un pequeño pueblo que se
desperezaba. Pero antes tenía que retirar los tablones colocados por la noche,
como mi martillo se encontraba ocupado sujetando la cabeza de Henri tuve que
utilizar una pequeña navaja que guardaba en el bolsillo de mi chaqueta, no me
resultó tan rápido ni fácil como con el martillo, pero finalmente logré sacar
los clavos y retirar los tablones sin levantar el más mínimo estruendo.
Una vez
acabada mi chapuza me deje caer sobre el sofá y miré tras la ventana, como
compañía disponía de mi tradicional lapicero y una diminuta libreta. Me puse a
describir el pausado ritmo de los habitantes, que andaban despreocupados y
soñadores por sus empedradas aceras, un niño de infinitos bucles morenos
señalaba agitándose con el dedo índice el horizonte, sus intrépidos ojos
centelleaban, deseaba caminar dirección al puerto, quería zambullirse en el
mar. Su madre le seguía de cerca aunque se mostraba más apagada, su cuerpo
cansado la llevaba a arrastrar sus pasos tras el pequeño. De nuevo estaba
escribiendo escenas cotidianas, poco a poco volvía a surgir de mi puño el
escritor que deje olvidado en Madrid tras mi debacle amorosa, en ese instante
no sabía si eso era bueno o malo.
Como un
latigazo que restalla contra mi espalda surgió, reventó la pompa de mi
inocencia y me devolvió al mundo real. Volvía a recordar los horrendos hechos
acontecidos la noche anterior, la mirada del luminoso relampagueo en mi cabeza,
con ella un demoniaco escalofrío recorrió mi cuerpo, de un respingo me
reincorpore del sofá. Los gritos ahogados de aquel joven resonaban en mi
cabeza, mi respiración se aceleraba y mi vista se tornaba en negro, me faltaba
el aire mientras mis extremidades comenzaban a hormiguear, estaba perdiendo el
control de mis sentidos, cuando estaba a punto de sucumbir a la oscuridad, la
mandíbula de aquella bestia se descoyunto al abalanzarse para devorarme. Tras
esto, caí en las sombras del miedo retirándome al letargo.
No se cuánto
tiempo pase en las garras de Morfeo, recluido en su castillo de sombras,
recuerdo recobrar mi conciencia al impactar contra mi rostro unas manos,
golpeaban mi cara de manera suave aunque seca, poco a poco fui abandonando el
castillo del sueño dirigiéndome a la luz. Lo primero que vi tras subir mis
pesados párpados fue el rostro de Elisa. Había despertado en el cielo, ahora
era consciente de que los ángeles existían. El efecto que producía los rayos de
la mañana sobre su rubio cabello creaban la ilusión de estar ante un ser
celeste, al principio no escuchaba sus palabras y en mente resonaba un pitido
ensordecedor que mi mente enamorada transformaba en una dulce melodía de arpa.
Cuando por fin volví a estar al timón de mi cuerpo escuché las palabras de
Elisa, inquieta y asustada me instaba a levantarme del sofá e irnos de aquí.
Debido a mi estado, me encontraba desubicado y no entendía bien sus palabras,
tiraba de mi brazo para incorporarme del sofá, me indicaba la mesa en la que se
encontraba un conjunto tirado encima con los zapatos volcados en el suelo, no sabía
que quería hacer y por qué tenía esas prisas por salir de casa.
Hice caso
omiso a sus peticiones y camine en dirección al cuarto de invitados, al llegar
a su puerta vi que nadie se encontraba en su interior, la habitación lucia
vacía, con la cama deshecha, el martillo que horas antes sujetaba la cabeza de
Henri estaba tirado en el suelo. Empezaba a extrañarme tanta fugacidad y decidí
volver mis pasos al salón, Elisa cada vez más nerviosa me lanzó la camisa a la
cara, con un "¡Vístete!" parecía cabreada por el nerviosismo que
recorría su cuerpo. Aletargado, me puse la camisa y dirigí mis pasos hacia la
mesa del salón para completar mi vestimenta, los pantalones se deslizaron entre
mis piernas como si de dos serpientes se tratase, con calma me calcé los
zapatos y al acabar, aun sentado, miré a Elisa para preguntar por tanta prisa.
Sus ojos chispeaban y se agitaban en sus cuencas como si fuesen a salirse
de ellas, sin duda alguna estaba impaciente por sacarme de aquí, pero no sabía
la razón, era de día, la calle parecía tranquila y el sol reinaba en lo alto
del cielo. No existía motivo alguno para una huida precipitada.
-¡Vámonos de
una vez!
Gritó, fuera
de sí, tras abrir la puerta que conectaba a la calle me agarró del hombro con
fuerza desmedida y me lanzó hacia la calle. Mi cuerpo aún mermado avanzó torpe
a la acera, Elisa siguió mis pasos y ando decidida en dirección noroeste hacia
la Calle Williamson, de camino intenté descubrir el motivo de tal paseo, la mañana
era una mañana cualquiera de Lipsbrook, cursaba igual que cuando estaba
escribiendo sobre el sofá, supuse que alguna sorpresa me tendría preparada o
que iríamos al encuentro con Henri y Emma aunque su casa se encontraba en la
dirección opuesta, cerca teníamos el puerto, a una calle tras llegar a la
iglesia de St Patrick, así que me hice a la idea de ir al puerto, por lo que
enfile la avenida principal. Elisa me cogió y me ubicó para entrar en la
iglesia, un segundo antes de entrar a la iglesia, se acercó a mi oído y me
susurro que me mantuviese callado una vez dentro, miré extrañado su rostro,
acababa de soltarme una obviedad, como iba a hablar dentro de una iglesia,
aunque no fuese religioso respetaba el silencio en sus templos.
Elisa empujó
el portón, la pesada puerta de roble cedió dándonos una bocanada de misticismo,
la luz de los cándeles se vislumbraba a la derecha del templo, a su lado, tenuemente
iluminado se erguía la pila de agua bendita. Nunca llegué a entender aquello
del agua bendita, se suponía que el cura se posaba frente a la pila y tras
decir unas palabras y dibujar la cruz en el aire el agua quedaba bendecida. Mi
cerebro racional no podía asimilar que una simple persona pudiese alterar el
agua y convertirla en algo purificador y bendito, la magia no existía, ni un
ilusionista tiene el poder de hacer magia, simplemente engaña al público con
ilusiones, como la vez que vi un número de un tal Jake "El
Majestuoso" cuyo número especial era hacer desaparecer a una joven del
público ocultándola tras una sábana que tras unas palabras la transportaba a la
entrada del teatro. Resultó ser una ilusión, puesto que existía una trampilla
por la cual la joven (su ayudante y no público) caminaba por un pasadizo
subterráneo hasta la entrada de la sala. El mago conseguía levantar al público
de su asiento, engañaba sus ojos a la perfección, pero en realidad cada una de
las personas del público sabía que todo era un truco, una simple ilusión, la
cual aplaudían por no saber que treta había usado para cautivarlos. Esto del
agua bendita me suena más a un gesto de fe que a una verdad.
Elisa avanzó
a través de la nave central, justo por medio de las filas de bancos que
custodiaban cada lado de la nave, yo la seguía sin saber muy bien que hacíamos.
La gente, dando misa giraban sus cabeza escrutando cada uno de nuestros pasos,
sentía sus ojos clavarse en mi como si de un invitado no esperado se tratase.
En el altar, el cura recitaba unos versículos de la biblia, no escuché sus
palabras pues las miradas penetrantes de los asistentes me mantenían distraído
e inquieto.
Al fin,
Elisa tomó asiento, fue a aposentarse cerca de un matrimonio que observaba
fijamente los movimientos del párroco, estaban hipnotizados ante su oratoria,
en suspense, expectantes por oír la próxima frase que emanase de sus labios. Al
sentarnos, mire a Elisa tratando de recibir una respuesta ante su repentino
ataque de fe, pero ella solo se dedicaba a escrutar al cura, le miraba al igual
que nuestros acompañantes, en silencio y sin desviar la mirada. Todo era
demasiado extraño y yo cada vez me sentía más incómodo en aquel lugar, mi
inquietud hacía sospechar al resto de los asistentes, era palpable sus miradas
sobre mi nuca, pequeños susurros se escuchaban a mis espaldas y sabía
perfectamente que conspiraban contra mí. Mi cabeza comenzó a establecer teorías
sobre mi observación: Sabían que la noche anterior había estado luchando contra
un demoniaco ser y presenciado la muerte de un inocente. Probablemente alguno
de los asistentes se asomó a la ventana al escuchar el grito desgarrador del
joven al ser cazado y nos vio.
Esperaba que
Elisa se levantase lo más rápido posible para salir de aquel nido de ojos
punzantes, pero ahí estaba, rígida y en silencio como autómata. La situación
comenzaba a aterrarme, esta no era la picara y dulce mujer que vino hace unos
días. Quería hablar con ella de la razón de nuestra visita a este palacio de
corderos, pero mi mente me decía que ella ya era un cordero más de este rebaño.
Decidí
relajarme para tratar de pasar desapercibido ante los feligreses y más tras ver
los inquisidores ojos del cura clavárseme como dagas en uno de mis escorzos por
averiguar mi custodia. Así que me recogí sobre mi asiento y seguí la misa, el
guía del rebaño hablaba sobre la muerte, el camino hacia la vida eterna y las
tentaciones del mal. No contaba nada fuera de lo normal, aunque a mitad de su
sermón comenzó a hablar sobre una criatura demoniaca venida de las
profundidades y creada por Dios al quinto día llamada "Leviatán". En
palabras del cura "Dios creó un gran monstruo del mar llamado Leviatán
para castigar a los pecadores".
Aquellas
palabras causaron pavor entre los asistentes que ahora desclavaban sus
miradas de mí y susurraban salmos contra aquel maligno ser. El párroco reiteró
la figura del Leviatán para lograr una mayor sumisión de los asistentes, los
ojos se le iluminaron, estaba absorbiendo poder a través del miedo de sus
feligreses. Cuando su poder ya fue suficientemente alto llamó a uno de sus
monaguillos le rodeó con su brazo y habló al oído, el niño tras escuchar las
ordenes de su superior se dirigió a una puerta colocada tras el altar, entró en
su interior y al minuto sacó una chirriante camilla, avanzaba pesada sobre el
altar de la iglesia con las ruedas desgastadas besando el suelo. El
diminuto y enclenque cuerpo del monaguillo apenas podía arrastrar la pesada
carga que yacía sobre la camilla que se hallaba tapada por una impoluta tela
blanca.
Un silencio
de suspense se respiraba ante el movimiento de la camilla mientras el cura
impaciente esperaba la llegada del niño a sus pies. El ambiente era denso y los
murmullos sobre lo que se ocultaba bajo la tela revoloteaban en el interior de
la iglesia, el bulto ocultado bajo el blanquecino manto dejaba intuir una
figura antropomorfa de grandes proporciones, llegué a pensar que se tratase de
los restos de un antiguo santo, pero de ser así debió de ser un hombre
enorme.
La mirada de
Elisa centelleaba ante los acontecimientos, ni se giró para intentar
preguntarme sobre la figura, su abstraída mirada la llevaba a otra realidad, se
encontraba enajenada de su cuerpo, podía chasquear los dedos frente a sus ojos
y no ser consciente del estímulo. Seguía sin explicarme su repentino
comportamiento, pensé que tras el trauma de anoche se habría vuelto una devota,
su mente no podía pensar racionalmente que hay fuerzas y seres que se alzan por
encima de nosotros evolutivamente, y habría achacado que los luminosos son
diablos mandados por Dios para castigar nuestro ateísmo. Pero tampoco veía en
ella la fijación que observaba en los demás asistentes, ella solo mantenía su
cabeza erguida sin gesto alguno y con sus ojos estáticos, los demás en cambio, repetían
a modo de mantra cada palabra del sermón.
Cansado de
la situación quise descubrir la causa del estado de congelación, así que pose
mi mano izquierda sobre su hombro y me acerque despacio a su oído, con una
apagada voz le pregunté la causa de estar en aquel lugar. Sus ojos se voltearon
hacia mi persona, por un momento me sentí asustado, la dulce Elisa volvió a su
antiguo ser y con su característica y única voz aterciopelada me dijo "Te
dije que debíamos mantenernos en silencio".
Sus palabras
me reconfortaron, Elisa seguía siendo la misma chica de siempre y solo actuaba
dentro de una iglesia donde un ambicioso cura sediento de poder jugaba con el
suspense de un cuerpo sobre una camilla.
Al fin el
cura desenmascaró el misterio atrapado bajo el manto pálido, mientras tiraba de
la blanca tela sus labios escupieron una frase inquisitiva al pueblo que
estremeció los corazones de los asistentes "Hermanos, vuestras libertinas
vidas los han traído" dijo mientras descubría a un luminoso muerto.
El terror se
apoderó del templo, los feligreses se estremecían como corderos ante el lobo,
sus ojos se diluían en lágrimas de pánico. Las oraciones a Dios se repetían en
bucle por toda la estancia, cada uno de aquellos pobres diablos suplicaba por
su vida a la vez que se arrepentía de sus pecados. Elisa aprovechó el tumulto
para dirigirse a mí y demostrarme el motivo de nuestra visita, no conocía el
motivo de que Elisa supiese esta sorprendente misa del fin del mundo pero me
asombraba descubrir sus dotes interpretativas. El párroco en medio del tumulto
llamó al orden a los asistentes y les insto a sentarse. Desde su posición de
guía espiritual se erigió como salvación de su rebaño, agarró el cuerpo inerte
del luminoso y lo levantó de la camilla, con el ser de pie nos miró:
-Hermanos,
la ira de Dios se cierne entre nosotros, imploremos perdón a nuestro creador y
esperemos que su gracia divina nos haga participes de convertirnos en almas
dignas de alcanzar el paraíso. Un Leviatán se halla entre nosotros y este es
uno de sus vástagos.
El rostro
del párroco, con sus ojos brillantes clavándose en la mirada de cada uno daba
muestras del poder que un buen orador podía ejercer en nuestras conciencias,
además la criatura inerte apoyada sobre su cuerpo aterraba nuestros corazones.
Por suerte, Elisa y yo poseíamos una mente fuerte y racional que nos libraba de
supersticiones.
Uno de los
asistentes a la misa replicó al cura sus palabras. Era un hombre alto, de piel
morena, calvo con labios gruesos y un mentón prominente. Su voz metálica daba
autentico estupor, por otra parte su seguridad al hablar le hacían valedor de
una verdad absoluta.
El hombre
impuso al cura silencio, y sin vacilación alguna salió de su asiento y encaminó
el altar. Los asistentes en silencio sepulcral admiramos a aquel hombre robusto
de larga túnica negra caminar con total impunidad hacia un cura que había
perdido toda su soberanía, los ojos del párroco ya no brillaban, se habían
secado. Al subir al altar, el hombre empujó al pastor, como el león que
arrebata la hegemonía a otro. Agarró con violencia la cabeza de luminoso y levantó su cuerpo frente a nosotros dijo:
- Queridos
amigos, sé que habéis sufrido la persecución de estas apestosas alimañas, yo,
Arthur Carter, me comprometo a liberar a vuestro pueblo de ellas,
enviadas aquí por los alemanes con el propósito de eliminar a los valerosos
hijos de la madre Inglaterra. Prometo cazarlas y devolverlas allí de donde han
salido, las inmundas tierras del káiser. Hoy he venido aquí, no como salvador,
sino como hijo de este, nuestro pueblo, mis soldados están ahí afuera de esta
iglesia para custodiaros, pero me temo que humildemente necesito de vuestra
ayuda. Preciso de hombres valerosos que amen a su país para guiarme hasta el
paradero de esas bestias, pues el bosque es vasto y si no se precisa de un buen
guía caeremos en las garras de la muerte.
-Esta
medianoche, los voluntarios, asistid a nuestro campamento en la playa para
enrolaros a la causa.
Al acabar su
discurso lanzó el inerte depredador al suelo, demostrando una vez más la
seguridad que poseía, miró al cura, que deshecho lo observaba con recelo. Bajó
con paso firme y decidido el altar, sus ojos ardían de poder y en su rostro una
malévola sonrisa se intuía.
Las palabras
de Arthur cayeron como una pesada losa ante los asistentes, habían invadido
Lipsbrook sin previo aviso con el "propósito" de liberarnos de unas
criaturas que, según él, habían sido enviadas por el káiser para masacrarnos.
Los ignorantes habitantes de Lipsbrook podían ser manipulados fácilmente pero
tanto Henri como yo sabíamos la verdad. No estaban aquí para ayudarnos, había
algo que les interesaba de este pueblo, y mi intuición sabía perfectamente lo
que era.