martes, 18 de marzo de 2014

Lipsbrook

Aún sigo teniendo pesadillas sobre lo que vi en aquel pueblo.

Todo comenzó un 13 de marzo. Me encontraba, como cada noche, recorriendo el pueblo de Lipsbrook, o como se le conocía, "El pueblo del mar" Un lugar de empinadas calles, aceras torpemente empedradas, con casas blancas de grandes ventanales que por  la noche se recubrían de un gris y manto proveniente de la luna, a pesar de todo ello y de su fuerte olor a pescado, a mí me resultaba un lugar propicio para mi trabajo, escribir.

Su muelle iluminado a medianoche por el rayo de luna lograba en mí, sacar al pequeño escritor que llevaba en mi interior. Cada medianoche me sentaba en un diminuto banco del muelle, de cara al mar, y conseguía escribir  media docena de sonetos, o simplemente expresar mis emociones. Lo que para muchos era el lugar más andrajoso de Inglaterra, a mí me parecía el sitio más inspirador y bello. Quizás ese reflejo decadente y el silencio sepulcral era lo que me embelesaba de aquel pueblo.
Pero, aquella medianoche, tras subir al muelle, no conseguí redactar la más mínima estrofa, no pude hilar dos frases seguidas, el tintineo de las olas no consiguió inspirarme, ni siquiera la penetrante luz de luna pudo arrancar de mi puño el más mínimo verso.

Hastiado, decidí moverme de allí y dirigirme al otro extremo del pueblo. Bajé cuesta abajo la calle principal, las blanquecinas fachadas de las casas escoltaban mis pasos, aquellas casas adquirían un tono grisáceo en la noche, como si sacasen toda aquella suciedad que el sol ocultaba cada día, sus paredes rezumaban una mezcla de yeso y salitre y sus techos a dos aguas los cubrían del cielo como paraguas de teja. La avenida principal no era algo que destacase por su belleza pero al cruce con la calle Crichton, la imagen cambiaba, ante mí, la catedral de San Patricio se asentaba imponente en la oscuridad, su fachada Neogótica rematada en su cenit por dos majestuosas gárgolas custodiaban la noche, envidiaba a aquellas estatuas, algo dentro en mi interior sabía que no eran inertes trozos de caliza, encerraban  magníficos poetas que un día vendieron su alma a Dios para lograr posarse durante los siglos a escribir en lo alto de la catedral. Era maravilloso ver como a determinadas horas de la noche, al incidir los rayos de luna sobre el centro del rosetón se proyectaba un arco iris de luz en el cruce de ambas direcciones.

Una vez gire a la izquierda por la calle Crichton fui testigo de la oscuridad de aquella travesía, los faroles habían agotado su queroseno, su tiniebla atrajo mis pasos, mas sabiendo que al final de aquella calle estaría en el principio del bosque, camine sobre la oscuridad vadeando las oquedades de su pésimo empedrado, la ceguera comenzaba a inspirarme, mi mente comenzaba a agitar sus alas y mis oídos se afilaban para captar las palabras que condensaban la noche. En el momento de mayor éxtasis tropecé cayendo de bruces al suelo. Mi reino de fantasía acababa de derrumbarse. Levanté mi cuerpo del suelo y seguí mi trayecto, el bosque estaba a unos veinte metros.

Me adentre en el bosque, quería cambiar radicalmente el emplazamiento, y aquel lugar era el adecuado , camine entre los robustos troncos de los árboles que me escoltaban, oía el crepitar de las ramas sobre mi cabeza, la estampa allí, era totalmente diferente, una grisácea luz caía sobre aquel lugar, me costaba seguir hacia adelante debido a su casi inexistente visibilidad. El lugar me recordó a cuando era niño y corría por los bosques asturianos, recuerdo que me atraía la magia celtibera que habitaba sus bosques y pensaba descubrir alguna criatura fantástica, el pasar de los años me hizo escapar de ellos por su aséptica realidad. Era el momento de reencontrarme con mi desaparecida infancia y adentrarme a descubrir lo que el lugar escondía, quería interrogar a los ancianos robles y dialogar con los insomnes búhos que noche tras noche realizaban su vigía. Acaricie cada tronco y arrastre mis pies uniendo mis raíces a la madre tierra.

Tras andar largo tiempo en línea recta, cosa que hacía para no perderme al regresar a casa e introducirme en el corazón del bosque para escuchar su latido, vislumbre un pequeño pantano, cosa curiosa, ya que en los cuatro meses que llevaba en Lipsbrook jamás había visto u oído nada sobre un pantano.
Me decidí a inspeccionarlo  caminando sobre su orilla, encontré entonces un decrépito tronco caído en la orilla y me senté a contemplar la calma del pantano. 

A diferencia del mar, el pantano tenía un aspecto verdoso, no parecía albergar vida en su interior y dudo mucho que allí se realizara pesca alguna. Ese lugar me asustaba, tenía la sensación de que no estaba solo, de que algo o alguien me vigilaba muy de cerca, sentía su mirada clavándose en mí, al principio fueron meras paranoias, pero más tarde se convirtieron en una mezcla entre miedo y curiosidad, digo esto, porque estaba muerto de miedo pero si alguien me observaba quería descubrirlo.

El momento de mayor pánico llegó cuando tras sucesivos ruidos extraños a mis espaldas,  surgieron del pantano enormes burbujas. Había algo bajo ese agua, centré mi mirada en la zona de burbujas, que intermitente brotaban, cada vez con mayor virulencia. De pronto, vi alzarse del agua un par de ojos de un amarillo intenso, la sangre se me heló, un escalofrío recorrió mi cuerpo, no podía creer lo que estaba viendo, eran dos enormes ojos que relucían en aquella oscuridad, no me perdían de vista.

Parpadeaban como el depredador que espera el movimiento de su presa. Observé dos bolsas alojadas a cada lado de su cabeza que se hinchaban y deshinchaban con intermitencia de manera sosegada, de un tono granate y sucio, advertí que las burbujas del pantano se provocaban por su movimiento. El hecho de ver solo la mitad de su rostro resurgir del agua me asustaba pero me mantenía pegado a mi asiento pues deseaba ver la criatura al completo.
Podía huir, o al menos intentarlo, pero el riesgo de esperar su salida me mantenía vivo, nuestras miradas se retaban, manteníamos un cara a cara improvisado, un duelo entre dos depredadores.

La criatura respiraba cada vez con mayor ferocidad, el agua temblaba ante su respiración. Al fin, tras años de espera, iba a descubrir las fantásticas bestias ocultas en los bosques que durante mi niñez tanto anhele. 

Comenzó a salir del agua muy despacio, empecé a vislumbrar su morro achatado, con colmillos como dagas, su semblante era espeluznante, parecía el rostro de una criatura ancestral. Poseía un cuerpo chepudo con una piel escamosa como la de un lagarto, unas robustas patas que caían pesadas y potentes sobre el agua levantando violentas salpicaduras y una cola ancha y alargada que llegaba hasta su sien coronada por un curioso faro verde en su punta. Aquella luz emanada por la punta de su cola me fascinó, la agitaba en suave danza, supongo que para embelesar a sus víctimas y arrastrarlas hasta sus fauces, la criatura a cada paso me observaba y parecía esbozar una malévola sonrisa, como el león que fija su mirada en una cría indefensa. Al salir del pantano y estar a unos treinta metros, la bestia seguía andando con pasividad y gran concentración, buscaba algún movimiento en falso mío para abalanzarse sobre mí, ella dominaba la situación sus bolsas seguían absorbiendo y expulsando aire tranquilamente y su lengua recorría las sierras de sus dientes. Sus brazos se arqueaban con la intención de atraparme en el momento exacto y sus afiladas garras se agitaban en réquiem.

Sentía su respiración cada vez más cerca, miré alrededor buscando rutas de escape, que podría hacer para huir de semejante rey del bosque, mi cuerpo reaccionó de forma instintiva e hizo que de un salto saliera corriendo de vuelta al pueblo, corrí lo más rápido que mis piernas podían, no miraba atrás, pero podía sentir su aliento en la nuca y sus pesadas patas quebrar el ramaje del suelo, escuché como un búho que posaba en lo alto de mi cabeza, iniciaba su precipitada huida. La gris luz sobre los arboles torpemente me dejaban ver el camino y me di cuenta que andaba perdido, giré mi carrera, lo sentía cada vez más cerca.
Recordé mi huida cuando tenía siete años de un perro que solo quería jugar conmigo pero que yo pensé que intentaba atacarme. En este caso, dudo de que mi espantoso perseguidor quisiera jugar conmigo aunque quizás si con mi cadáver.

Atravesé metros y metros de bosque, salte los troncos caídos que obstaculizaban mi escape,  mi carrera se ralentizaba tras cada salto, en cambio, la bestia arrancaba de cuajo cada árbol que estrechaba su camino. Recuerdo una mirada fugaz que eche atrás para ver a mi agresor y descubrir cómo sus enormes brazos con sus afiladas garras agarraban dos troncos y de un rápido movimiento despegaba las raíces del suelo, el ruido de la caída de los troncos hacía temblar cada vez más mis piernas, era inútiles escapar y me horrorizaba pensar como la criatura iba a acabar conmigo. 

Al fin vislumbre la pequeña entrada a una cueva, me adentré en ella y corrí a ciegas oyendo los ecos de su voz. La cueva, privada de luz en su interior, me llevo a recordar mi caída en la calle Crichton y me atemorizaba cada vez más aquel camino. Escuché su fatiga resonar sobre el interior de la cueva, sabía que lo tenía justo a mi espalda y que de un momento a otro iba a atraparme.

Para mi salvación, vi una grieta por la que penetraba la luz, iluminaba un pequeño agujero en el suelo, esa podría ser mi salida de esta caza, al llegar a su borde me colé en su interior, caí unos metros y aterrice sobre el agua, me hundí hasta el fondo y al segundo salí a la superficie como si fuese una boya, atrape una bocanada de aire desesperada para no ahogarme y al instante, la bestia intentó adentrarse por el agujero, pero su gran envergadura sólo le permitía alojar su cabeza, con ferocidad intentó cogerme, lanzando violentos mordiscos.
El choque de sus dientes resonaba en toda la cueva como dos piedras tratando de quebrarse una a otra, era la bestia más terrorífica que jamás el hombre haya presenciado, sus babas colgaban de su mandíbula y se precipitaban sobre mi ropa.
La criatura, abrió su boca, emitió un fuerte rugido que retumbo sobre toda la cueva, segundos después, se escuchó una réplica, pero esta vez el rugido no era agudo como el de mi verdugo sino grave, parecía provenir de una cosa de mayor envergadura. Nada más oírlo, la criatura sacó la cabeza del agujero y corrió despavorida.

Asustado, decidí nadar para buscar una salida, para mí fortuna no había mucha profundidad, y podía apoyar mis pies en el fondo. Tras unos minutos nadando salí de allí y llegué a orillas del muelle. Me sentía a salvo, por fin había llegado al lugar de donde nunca debí separarme.

Subí al muelle y baje la avenida principal, la hilera de faroles que la iluminaban me resultó eterna y mi corazón no bajaba la intensidad de sus latidos, estaba preparado para reaccionar ante un ataque sorpresa de cualquiera de las dos bestias que había oído esa noche. Al llegar al cruce con la calle Crichton el rosetón me ilumino como al preso que trata de escapar de su prisión, tome la dirección derecha que por fortuna mantenía el queroseno de sus faroles intacto, al llegar a su final, recorrí la calle perpendicular de Williamson y observé las puertas de mi casa con su madera carcomida y su fachada grisácea, nunca mi morada me había resultado un refugio tan impenetrable, en un abrir y cerrar de ojos introduje titubeante mi llave en la cerradura y con un hábil giro de muñeca abrí la puerta, atravesé el umbral y cerré con fuerza la puerta. Una vez dentro moví el aparador situado a la izquierda de la puerta a modo de contrafuerte y apagué los cándeles. Me hallaba empapado, exhausto y aterrorizado, ¿Qué clase de criatura había visto? ¿Volverá a por mí? Pero, lo que más me aterraba, era pensar que quizás esa no era la única bestia que el bosque contenía. En la cueva se escuchó algo más, y por lo que parecía era más grande y poderoso que mi perseguidor.


        .......CONTINUARÁ......

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