viernes, 28 de marzo de 2014

Lipsbrook III

La bestia de enormes dimensiones andaba lenta y pesada sobre sus seis macizas extremidades que soportaban su abultado lomo. Su rostro ancho de morro alargado como el de un hipopótamo, bufaba en la oscuridad de la noche. No poseía cola alguna, pero el bamboleo de su cuerpo daba pistas de la seguridad que aquel animal poseía. 

Sus enormes colmillos recogían los peces yacentes y en la boca los trituraban sin piedad, era un robusto titán, al poco de su festín, surgieron en distintas zonas de la arboleda unos faroles verdes, entre las sombras aparecieron varias criaturas, pude contar unas cuatro, idénticas a mi agresor. Avanzaban hacia el rocoso titán como la manada de leones lo hacen frente a una presa de mayor envergadura que ellos. Pero su intención no era darle caza, estaban avanzando con respeto ante un ser superior, querían alimentarse del pescado vertido.

Escuché cargar un rifle y pronunciar unos versos de la Biblia, gire mi cabeza y vi al anciano aterrorizado, pálido como la tiza, con el pulso desenfrenado, se acercó y arrancó los motores, el barco comenzó a moverse lentamente y fuimos abandonando el bosque. 

Desde la distancia observaba aquella terrorífica fauna, los horribles faroles verdes se alimentaban del pescado que el titán dejaba y calmaban su apetito. La ferocidad que desprendían asustaría a cualquier ser humano, peleaban entre ellos por los cadavéricos peces de la orilla.

Estaba atónito ante lo que estaba presenciando, tenía que interrogar a aquel hombre. Pero en ese instante, con un arma en su poder, no podía intentarlo, así que me volví a ocultar al fondo de la despensa y esperé a que encallase en el puerto y se marchara para regresar a casa.

Lo que ocurrió la mañana siguiente no merece ser contado, ya que no tuvo mayor relevancia, fue una mañana vacía y aburrida, aguardaba en mi sofá leyendo hasta que llegara la noche e ir a recabar información.

Al anochecer, me fui hacia la biblioteca para recoger a Henri, ya que le debía una explicación sobre lo que me ocurría, no sin antes coger el revolver de mi mesilla para mi posterior interrogatorio al anciano pescador.

De camino a la biblioteca caí en la cuenta de que contarle mi experiencia e intenciones aquella noche sería algo arriesgado. Podría pensar que la ingesta de abundante literatura me había provocado alucinaciones o crear la alarma en el pueblo y desbaratar mi investigación. La cosa era como podría ocultarle la realidad a Henri y en el caso de que falleciese durante la investigación como podría hacerle llegar la noticia de mi extraordinario descubrimiento.

Una vez allí espere al cierre de la biblioteca e invite a Henri a cenar a mi casa, que mejor lugar para hablar de tema tan delicado que la intimidad de mi hogar. Esta vez no acepto mi proposición y me vi obligado a contárselo en aquel lugar, tras cerrar la biblioteca por dentro, me senté junto a él en una de las mesas del enorme salón, justo en el módulo "S" de Stoker, dato que recuerdo por la sensacional novela del autor inglés que tras llegar al pueblo quise leer en versión original sin la pluma escrutadora del traductor. Tras mirarle a los ojos y preguntarme varias veces por mi extraño comportamiento pues me hallaba nervioso y asustado con un incesante temblor en la mano derecha. Le dije:

-Henri, el otro día en el bosque a la medianoche algo me persiguió, era la criatura más extraña que el hombre ha visto jamás, escape por suerte, pero ahí no quedó la cosa y anoche tras seguir a un extraño anciano que robaba pescado en el puerto, descubrí que alimenta a esa bestia y a un enorme titán del tamaño de un hipopótamo, no se quién es ese hombre ni que son esas cosas, pero esta noche estoy dispuesto a descubrirlo, si por alguna razón no regresara habla con las autoridades competentes y acaba con esto. No estoy loco y sé perfectamente lo que vi, aquellas cosas no son de este mundo.

Los ojos se le abrieron atónitos ante mis palabras, sabía perfectamente que mis palabras no eran alucinaciones y sintió el mismo miedo que yo, tardó en reaccionar pues no sabía qué hacer ni decir, al paso de un minuto agarro mi temblorosa mano y me dijo:

- Rober, no sé lo que te propones hacer esta noche, pensemos como descubrir esto sin arriesgar nuestras vidas. Si te refieres al hombre que nos espiaba anoche desde el fondo del bar yo sé quién es, y no precisamente es que sea una persona pacífica. Esta medianoche le abordaremos e intentaremos sacarle información. Pero, por favor no hagas locuras. Cuando la luna alcance la cima de la noche, nos vemos en la taberna de Phillips, hasta entonces no hagas nada raro, y esconde mejor el revolver que llevas escondido en la chaqueta, no quiero acabar esta noche entre rejas.

Había dicho nosotros, no esperaba esa reacción por su parte, no le creía un amigo tan fiel, estaba apuntándose a una misión peligrosa y ni siquiera había pestañeado. Él era padre de familia y tenía gente que le esperaba en casa, pero lo arriesgaba todo por proteger a un amigo. Era digno de admirar, aunque pensé en retirarle si la cosa llegaba a complicarse.

Hice caso de su consejo y deambule por las inmediaciones de la taberna pensando en cómo interrogar a nuestro "amigo", miles de preguntas cruzaron por mi mente y miles de historias sobre el desenlace de la entrevista se sucedieron en mi cabeza. La luna, lenta sobre mi cabeza, se resignaba a alcanzar su cénit, y yo miraba a cada vuelta las manecillas de mi reloj que sincronizadas con el astro andaban pesadas. 

Justo a la llegada de la medianoche, apareció Henri, puntual como siempre, me saludó como el soldado que se despide de su compañero de contienda justo antes de lanzarse a la muerte. Al finalizar su saludo me dio una palmadita en la espalda y entramos a la taberna. Aquella noche aquel lugar me pareció más oscuro que de costumbre, las tenues lámparas bañaban de una luz sepia cada mesa y las caras de los marineros parecían diluirse en el fondo de sus vasos. No se oía jolgorio alguno ni historias inventadas, el camarero no nos atendió con su habitual "amabilidad" y nos sirvió la cerveza desganado, el ambiente en la taberna era demasiado gris y eso me llenó de dudas sobre mi triunfo aquella noche.

A las dos horas de esperar en la barra, entró por la puerta, cruzo su mirada con la mía pero la bajo al ver que no solo yo le miraba fijamente, sino que se encontraba en inferioridad tras la mirada también de Henri.
Se dirigió a la misma mesa que la noche anterior, aunque esta vez pidió un vaso de vino. Mi amigo y yo nos miramos y nos encaminamos a sentarnos junto a él, agarramos dos sillas y las arrastramos hacia su mesa, yo me situé en frente y Henri en su lado derecho. El anciano al estar a escasos centímetros de nosotros palideció y supo perfectamente por nuestra gran seguridad que no tendría más remedio que responder a nuestro interrogatorio. Comencé preguntándole por sus viajes nocturnos al bosque y la misteriosa desaparición de pescado a la medianoche. Él me salió con evasivas haciéndose pasar por senil, al ver que no funcionaba su táctica, pasó a la defensiva y tras dar un golpe en la mesa intentó levantarse, la rápida reacción de Henri, agarrándole por el hombro y empujándole hacia abajo, frenó su huida. En aquel momento saqué lenta y disimuladamente del bolsillo de mi chaqueta el revólver, lo deslice por debajo de la mesa, encañoné su rodilla y lo preparé para abrir fuego. Al notar el frio acero de mi arma, su cara cambió y empezó a colaborar. Nos instó a acompañarle a su barco para que hablásemos en un lugar más tranquilo.

Henri y yo aceptamos, y salimos de aquel lugar, mientras andábamos hacia su barco yo apuntaba hacia su espalda para disuadirle de cualquier intento de fuga, mi intención no era dispararle, era un farol en ocasiones mal disimulado, nunca me he considerado una persona violenta y jamás había disparado un arma.

Henri en cambio era más camaleónico, y parecía ser una persona sin nada que perder, miraba con seriedad a nuestro secuestrado y le empujaba de vez en cuando para que aligerara su marcha. De hecho, debería ser el quien llevara el arma y no yo, aunque me sentía más seguro teniendo el revolver en mi poder.

Al llegar a su pequeño barco, el anciano nos confesó el porqué de sus viajes y la clase de animales que habitaban el bosque, así como su historia:

- Por favor, ya que sois testigos de lo que habita en el bosque y de mis escapadas nocturnas, os contaré la verdad, pero no digáis nada de esto en el pueblo, podría desatarse la locura y sería un peligro para la seguridad de estas gentes. Veréis jóvenes, la localización de este pueblo no es casual, no se debe a que estas tierras sean fértiles o a la gran abundancia de pesca, Rowan asentó aquí a sus gentes por esas criaturas.

En el centro de Londres, a principios del siglo XVIII existía la Orden de Critón, una secta encargada de recorrer los lugares más recónditos del mundo buscando y capturando a criaturas con el fin de crear un ejército de bestias capaz de dominar el mundo. Su misión era acudir a aquellos lugares donde se oyeran rumores de licántropos, bestias del pantano o criaturas similares con el fin de cazarlas y trasladarlas a su sede en Londres donde serían enjauladas para su posterior uso militar. Rowan fue destinado a estas tierras en 1730 ante los rumores de un enorme ser de seis patas que habitaba estos bosques. Se asignaron 30 hombres a su cargo y, en diciembre de 1730 partieron hacia el bosque.

Una fría noche, mientras montaban el campamento fueron atacados por una manada de luminosos, fue una masacre, toda su compañía fue pasto de las garras de aquellas criaturas. Rowan intentó huir pero fue acorralado por una de esas bestias en el interior de una cueva, justo al recibir el ataque del luminoso, el robusto titán salvo su vida y embistió a la criatura. Tras su rescate, Rowan miró a los ojos del animal y en ese instante, se creó un vínculo entre ambos. Creyó que aquella criatura era su ángel de la guarda y le debía sumisión, en una extraña visión de mesías, fundó Lipsbrook, asentándolo a inmediaciones del bosque.
Para proteger a sus habitantes del ataque de los luminosos, cada medianoche partía con su barco a orillas del bosque y arrojaba pescado por la borda para saciarlos.

El pueblo iba bien hasta que en 1768 un grupo de jóvenes desaparecieron al adentrarse en el bosque. Rowan, decidió montar una pantomima para prohibir la entrada al bosque. Una noche dijo a su mujer que iba a coger leña al bosque y desapareció. Su fiel amigo Howard, alcalde de Lipsbrook, conocedor de la farsa, decretó la prohibición al bosque en duelo a la pérdida de Rowan y lo estableció como lugar sagrado. La verdad fue, que  se había marchado aquella noche en dirección a Londres para reunirse con su Orden y contar la "inexistencia" de criaturas en la zona. 

Desde aquel día, mis antepasados, y ahora yo, alimentamos a medianoche a las criaturas del bosque, y mantenemos el secreto a salvo, pasándoselo a nuestros vástagos para que el pueblo y las bestias mantengan su equilibrio.


Ahora que ya sabéis todo lo que teníais que saber os pido que guardéis mejor que yo el gran secreto de este pueblo y que no volváis a adentraros en el bosque.

sábado, 22 de marzo de 2014

Lipsbrook II

Al día siguiente, la mañana amaneció tranquila, el sol lideraba en lo alto del cielo y  penetraba por la ventana, incidiendo sobre mi cama e iluminando mis ojos, se escuchaba el canto alegre de los pájaros. El pueblo había vuelto a la calma tras la turbulenta noche, viraba en paz y armonía. El pueblo, porque yo seguía dándole vueltas al suceso, debía descubrir qué clase de animal o bestia ocultaba el bosque, por un momento me sentí un Livingston que recorre las sabanas africanas para documentar a leones, hipopótamos y jirafas. Pero, a diferencia de él, yo no poseía un rifle para defenderme ante un posible ataque, es cierto que en mi mesilla guardaba un revolver, pero sería inútil usarlo contra una cosa de tal envergadura.

Levanté mi cuerpo de la cama, me hallaba empapado en sudor, mis brazos me pesaban, no tenía fuerzas para andar hacia la ducha ni la cocina, el cansancio ganaba la batalla a mi mente aventurera y caí desplomado sobre la cama.
Una hora más tarde logre arrastrarme al baño y después de una rápida ducha y un copioso desayuno me lancé a la aventura.

Tras separar el aparador de la puerta y desbloquear la cerradura salí a la calle, la luz del sol cegó mi vista pero su calor me hizo sentirme vivo, había sobrevivido a la bestia y mi espíritu de escritor había vuelto, debía ir al muelle y escribir todo el día, contar mi aventura, mi huida "in extremis", la horrible cosa que había presenciado aquella noche. Pero no fue así, antes tenía que ir a la biblioteca para devolver un ejemplar de "Una Temporada en el Infierno" de Rimbaud que llevaba dos semanas en mi cajón.

Recorrí la calle Williamson, allí las casas eran de madera con techos en forma de paraguas, no era recta, y serpenteaba de un lado a otro dando mayor dinamismo al recorrido. A la mitad de la calle se hallaba la biblioteca municipal de Lipsbrook, un edificio antiguo, rectangular, de fachada empedrada y cuatro grandes ventanales distribuidos a la par entre sus dos plantas, con un arco apuntado en su puerta principal, puerta que media unos dos metros construida en madera de roble y un pomo dorado del tamaño de un puño.
Lo curioso de ese edificio era su total inutilidad. Era una gran biblioteca y poseía un rico fondo de libros, pero siempre se encontraba vacía, la tradición literaria no era el fuerte de la población, supongo que las profundas raíces pesqueras y el hecho de que el colegio se encontrara en el pueblo contiguo a Lipsbrook eran los responsables de este fenómeno.

Al entrar en su interior, un largo salón revestido de madera se desplegaba ante mí, con estanterías empotradas en sus laterales organizaba el saber de aquel lugar, las lámparas de araña iluminaban con tenue luz la instalación a fin de crear un clima propicio para la lectura. Me dirigí hacia el mostrador, salude a mi amigo Henri. Era el bibliotecario y el único guardián de aquella sede del saber, además de mi único amigo allí, supongo que nuestra amistad nacía de ser las únicas personas asiduas a revolver los estantes buscando un libro con el que alimentar nuestros ojos, y se cimentó con el intercambio de lecturas y la critica a los autores. De hecho, en más de una ocasión, había compartido con él mis escritos, a fin de escuchar una opinión relevante.

Al entregarle el libro, le pregunté sobre su familia, intentaba siempre ser cortés con él aunque aquellas cuestiones salieran más bien por compromiso. Su primera pregunta fue hacia mis nuevas composiciones y relatos, la curiosidad por llevarse a las manos algo nuevo le hacía brillar los ojos, para mí ese gesto engrandecía mi corazón, parecía que por fin alguien en el mundo esperaba nuevo material y apreciaba mi trabajo. 

Henri, era un tipo alto, de cuerpo delgado con una prominente barbilla, nariz aguileña y cabello acaracolado. Él no era un autóctono de Lipsbrook sino que sus raíces provenían de Londres, descendía de una familia acomodada de tradición literaria, su padre era el escritor londinense Tom Ludwig conocido por sus novelas burguesas y su actividad en los discursos de los tories. El pobre Henri heredó la pasión por los libros de su padre pero sus ideas progresistas le llevaron a separarse de sus lazos familiares y acabar en Lipsbrook. Henri aquí era feliz, cosa difícil en un lugar como este, se había desposado el año pasado con una hermosa joven anglicana de familia aristócrata de Lipsbrook.

Me ofrecí a colocar el libro en el estante que correspondía para que el pudiera echarle un vistazo a mi último soneto mientras tanto. Recorrí el salón buscando el módulo "R", al encontrarlo moví la vieja y desgastada escala a fin de escalarla y colocar el ejemplar en el lugar que le correspondía, apoye mi pie en el peldaño, crujió con fuerza, no parecía ser una escala muy estable, subí cauto y al introducir el libro junto a las obras de Rimbaud la escala quebró y me precipite al suelo. El impacto de mi cuerpo sobre el suelo retumbo en toda la biblioteca. Henri corrió a socorrerme, tras ayudarme a levantarme descubrimos que junto a mi había caído un libro sobre la historia de los primeros pobladores de la localidad. Contaba la biografía de un tal Howard Rowan. Al ir a colocarlo Henri, le insté prestármelo, me picaba la curiosidad de descubrir que clase de gente había colonizado este lugar y porque Rowan merecía una biografía.

Firme la extracción del libro, e invite a Henri a tomar una cerveza en la taberna de Phillips a la medianoche, no me vendría mal un poco de compañía aquella noche, además de tener la tentación de contarle el suceso de la noche anterior y tratar de sacar información.

Al llegar a casa abrí el libro de Rowan y pude leer en su prólogo:

"Esta es la historia de un hombre cuyo coraje y tesón guió a nuestros antepasados a la prospera tierra a orillas del mar que hoy llamamos hogar. Desde que pusiera la primera piedra en 1730 no ha dejado de entregarse en cuerpo y alma a nuestro pueblo.
Lamentablemente como todo gran héroe patrio, despareció un triste 1768 en los bosques de Lipsbrook. Algunos creen que fue devorado por un oso o que emigró hacia otras tierras donde iniciar la historia de un nuevo y próspero pueblo..."

Estaba ante el fundador de Lipsbrook, y algo me consternaba, el hecho de su desaparición en el bosque me llevaba a especular sobre su muerte. Debía seguir leyendo para saber más de este peculiar hombre. El libro narraba la travesía de Rowan junto a 30 hombres por las tierras del suroeste de Inglaterra, el descubrimiento tras las montañas de una vasta tierra fértil y con salida al Atlántico  de abundante pesca llevo a Rowan y a sus hombres a constituir un pueblo al que le dieron el nombre de Lipsbrook, en honor al apellido de la esposa de Rowan (Que gesto tan romántico). En sus comienzos el pueblo sufrió problemas debidos a un horrible temporal en 1730 que destrozo casas y cosechas, además de problemas económicos con las grandes compañías pesqueras y el gobierno que trataron de imponerles aranceles. A pesar de esto, el pueblo logro salir adelante gracias a la donación aprobada en 1732 de una parte de la pesca recogida a la compañía Atlántica de Inglaterra.

Lo extraño, viene en el capítulo de su muerte. La biografía cuenta que en Enero de 1768, Rowan en su afán intrépido partió una noche al interior del bosque de la que nunca regresó. A la mañana siguiente, un grupo de hombres rastreó el bosque con el fin de encontrarle pero la búsqueda fue en vano, nada se halló del gran patriarca de Lipsbrook. Desde aquel día, el bosque es un lugar sagrado y prohibido para ellos, lo han asumido como la tumba de su mesías y creen que él se unió a dicha tierra para protegerla por siempre. Supongo que esta era la causa por la que los habitantes eran tan herméticos y tercos con los visitantes, a quienes trataban correctamente pero con los que no simpatizaban.

Al acabar el capítulo, miré el reloj de mi muñeca y vi que sus manecillas indicaban la medianoche, me había pasado toda la tarde leyendo y llegaba tarde a mi encuentro con Henri. Me apresuré a salir de mi casa, recorrí veloz el pueblo hasta llegar a la taberna de Phillips, situada en frente del paseo marítimo. Arribe su puerta y con la lengua fuera me adentré en ella, vislumbre a Henri en su interior, puntual como siempre, esperaba mi llegada con una cerveza, pude apreciar que la espuma aun coronaba la cima del vaso por lo que no le había hecho esperar demasiado, le saludé desde la barra y pedí al orondo camarero una pinta. La tasca era un tugurio gris lleno de viejos pescadores rumiantes. En cambio, su luz tenue y su cerveza negra de grifo eran la magia de aquel lugar. Cerveza que aun sirviéndose en vasos sucios y desgastados y ser de un tono negruzco era extraordinaria. El camarero, a pesar de sus deplorables modales poseía una habilidad innata para servir cerveza. En cuanto a la gente que moraba aquel lugar, eran veteranos de la pesca que pasaban el día contando sus maravillosas capturas, era gracioso escuchar como todos ellos, en alguna ocasión, se habían enfrentado o avistado a horrendas bestias marinas como crackens o extraños peces de enormes fauces. Cosa a tomar en serio si estuvieran sobrios al contarlo.

Tras servirme la cerveza me senté en la mesa junto a Henri. Hablamos de nuestra jornada y me preguntó sobre las repercusiones del golpe sufrido aquella mañana. En unos minutos, pregunto sobre mi estado, es curioso, Henri me miró fijamente a los ojos y supo exactamente que ocultaba algo, quiso averiguarlo, pero yo me opuse con evasivas. Sabía perfectamente que él no las creía, ya que tenía la extraordinaria capacidad de ver más allá de mis ojos, era un brujo, imposible ocultarle algo. Advirtió un arañazo en mi brazo derecho y bromeó sobre si era un incidente de alcoba. Entre las risas, me fijé que al tiempo de mi llegada había aparecido un anciano, que no paraba de mirarme, se sentaba solo al fondo de la taberna sin ninguna cerveza en su mesa. Pensé que me espiaba, pues no tenía ningún disimulo en observarme, pero a la hora, el anciano miró su reloj y marchó apresurado.

Respiré tranquilo y pedí otras dos cervezas, mi charla con Henri comenzaba a ser interesante al hablar de Calderón de la Barca, y para celebrarlo que mejor que otra pinta. Justo al intentar analizar el problema existencial de Segismundo paró mi explicación y me instó a contarle que me ocurría, apoyo sus sospechas en mis incipientes ojeras y el temblor de mi mano derecha. Justo cuando iba a confesar, una botella de vino impactó sobre la cabeza de un joven pescador, la taberna se revolucionó y se inició una batalla campal. Henri y yo huimos de allí a toda velocidad para no vernos involucrados en la guerra tabernera. Salimos al paseo marítimo y nos dirigimos hacia su casa que se encontraba a escasos metros del muelle.

Al llegar a su puerta nos despedimos con un fuerte apretón de manos y me obligó a contarle al día siguiente mi problema, mi evasiva resurgió para preocuparle por la hora a la que iba a subir a casa y lo preocupada que estaría su bella esposa, con mueca seria, volvió a repetirme que debía contarle mi problema y se marchó.

La noche era apacible, ni un ápice de aire corría desde el horizonte y sobre mi cabeza la luna se ocultaba tras la fina seda de las nubes, ande observando su rostro hasta el muelle y cual fue mi sorpresa, cuando avisté al anciano que horas antes me espiaba en el muelle de carga. Estaba cargando cajas de pescado a un pequeño barco, decidí ocultarme entre las sombras de la noche para averiguar que clase de hombre era y cual era su misión aquella noche. Mi intuición me decía que ocultaba algo. Poco a poco fui acercándome a su posición, ahí estaba él, mirando a un lado y a otro mientras acarreaba cajas y cajas de pescado ¿Qué clase de pescador carga pescado en su barco a estas horas de la noche? La explicación más lógica era que se tratase de un ladrón, sería un pescador retirado sin nada que llevarse a la boca que roba mercancía a la medianoche. Aunque claro, por la cantidad debía mantener a una familia de treinta o más miembros. Cuando estuve lo suficientemente cerca, aproveche uno de sus viajes al depósito para introducirme en su barco. Una vez dentro, me arrastre al interior de su despensa.

El olor a pescado era denso, me costaba respirar, la madera podrida y la sangre de pescado decoraban su interior, allí abajo encontré una vieja manta que use a modo de camuflaje, una vez bajo su manto escuché sus pasos sobre mi cabeza, la madera crepitaba con fuerza como para partirse en un instante. Si él bajara a la despensa y me descubriera no sé muy bien lo que ocurriría, seguramente tendría que luchar con él y huir a toda prisa, su mirada en la taberna no parecía la de un simple e inofensivo ladrón y eso me  asustaba, aunque por otra parte era un anciano al que fácilmente podría reducir, eso contando con que no llevase un arma de fuego consigo, en ese instante recordé mi revolver y pensé en lo bien que me vendría en esa situación.

El ajetreo de cajas cesó y noté la suelta de amarres, era el momento de zarpar, el motor arrancó y comenzamos a movernos, el mar estaba en calma y la travesía fue tranquila, al fin iba a descubrir cual era el destino de este ladrón y si trabajaba sólo o era contrabando. Al poco de zarpar, nos paramos, no podía ser, el anciano habría olvidado algo, no habíamos siquiera avistado el pueblo contiguo, ¿Que tramaba?


Volvió a caminar sobre mi cabeza y empezó a descargar cajas, pero no se escuchaba a nadie recogiéndolas abajo ni habíamos encallado, me moví en silencio a fin de ver lo que sucedía, subí lentamente la escalera de la despensa y levante unos centímetros la trampilla para observar. Estábamos a orillas del bosque, el anciano arrojaba el pescado de las cajas como el que arroja pan a los pájaros, pero en esta ocasión lo que iba a aparecer no era precisamente un pájaro. Al poco de arrojar pescado a la orilla surgió de entre las sombras una enorme criatura,  andaba lenta y pesada, a punto estuve de lanzar un alarido de terror, aquella bestia no era la que me ataco la noche anterior y por supuesto era más temible.

.....Continuará.....

martes, 18 de marzo de 2014

Lipsbrook

Aún sigo teniendo pesadillas sobre lo que vi en aquel pueblo.

Todo comenzó un 13 de marzo. Me encontraba, como cada noche, recorriendo el pueblo de Lipsbrook, o como se le conocía, "El pueblo del mar" Un lugar de empinadas calles, aceras torpemente empedradas, con casas blancas de grandes ventanales que por  la noche se recubrían de un gris y manto proveniente de la luna, a pesar de todo ello y de su fuerte olor a pescado, a mí me resultaba un lugar propicio para mi trabajo, escribir.

Su muelle iluminado a medianoche por el rayo de luna lograba en mí, sacar al pequeño escritor que llevaba en mi interior. Cada medianoche me sentaba en un diminuto banco del muelle, de cara al mar, y conseguía escribir  media docena de sonetos, o simplemente expresar mis emociones. Lo que para muchos era el lugar más andrajoso de Inglaterra, a mí me parecía el sitio más inspirador y bello. Quizás ese reflejo decadente y el silencio sepulcral era lo que me embelesaba de aquel pueblo.
Pero, aquella medianoche, tras subir al muelle, no conseguí redactar la más mínima estrofa, no pude hilar dos frases seguidas, el tintineo de las olas no consiguió inspirarme, ni siquiera la penetrante luz de luna pudo arrancar de mi puño el más mínimo verso.

Hastiado, decidí moverme de allí y dirigirme al otro extremo del pueblo. Bajé cuesta abajo la calle principal, las blanquecinas fachadas de las casas escoltaban mis pasos, aquellas casas adquirían un tono grisáceo en la noche, como si sacasen toda aquella suciedad que el sol ocultaba cada día, sus paredes rezumaban una mezcla de yeso y salitre y sus techos a dos aguas los cubrían del cielo como paraguas de teja. La avenida principal no era algo que destacase por su belleza pero al cruce con la calle Crichton, la imagen cambiaba, ante mí, la catedral de San Patricio se asentaba imponente en la oscuridad, su fachada Neogótica rematada en su cenit por dos majestuosas gárgolas custodiaban la noche, envidiaba a aquellas estatuas, algo dentro en mi interior sabía que no eran inertes trozos de caliza, encerraban  magníficos poetas que un día vendieron su alma a Dios para lograr posarse durante los siglos a escribir en lo alto de la catedral. Era maravilloso ver como a determinadas horas de la noche, al incidir los rayos de luna sobre el centro del rosetón se proyectaba un arco iris de luz en el cruce de ambas direcciones.

Una vez gire a la izquierda por la calle Crichton fui testigo de la oscuridad de aquella travesía, los faroles habían agotado su queroseno, su tiniebla atrajo mis pasos, mas sabiendo que al final de aquella calle estaría en el principio del bosque, camine sobre la oscuridad vadeando las oquedades de su pésimo empedrado, la ceguera comenzaba a inspirarme, mi mente comenzaba a agitar sus alas y mis oídos se afilaban para captar las palabras que condensaban la noche. En el momento de mayor éxtasis tropecé cayendo de bruces al suelo. Mi reino de fantasía acababa de derrumbarse. Levanté mi cuerpo del suelo y seguí mi trayecto, el bosque estaba a unos veinte metros.

Me adentre en el bosque, quería cambiar radicalmente el emplazamiento, y aquel lugar era el adecuado , camine entre los robustos troncos de los árboles que me escoltaban, oía el crepitar de las ramas sobre mi cabeza, la estampa allí, era totalmente diferente, una grisácea luz caía sobre aquel lugar, me costaba seguir hacia adelante debido a su casi inexistente visibilidad. El lugar me recordó a cuando era niño y corría por los bosques asturianos, recuerdo que me atraía la magia celtibera que habitaba sus bosques y pensaba descubrir alguna criatura fantástica, el pasar de los años me hizo escapar de ellos por su aséptica realidad. Era el momento de reencontrarme con mi desaparecida infancia y adentrarme a descubrir lo que el lugar escondía, quería interrogar a los ancianos robles y dialogar con los insomnes búhos que noche tras noche realizaban su vigía. Acaricie cada tronco y arrastre mis pies uniendo mis raíces a la madre tierra.

Tras andar largo tiempo en línea recta, cosa que hacía para no perderme al regresar a casa e introducirme en el corazón del bosque para escuchar su latido, vislumbre un pequeño pantano, cosa curiosa, ya que en los cuatro meses que llevaba en Lipsbrook jamás había visto u oído nada sobre un pantano.
Me decidí a inspeccionarlo  caminando sobre su orilla, encontré entonces un decrépito tronco caído en la orilla y me senté a contemplar la calma del pantano. 

A diferencia del mar, el pantano tenía un aspecto verdoso, no parecía albergar vida en su interior y dudo mucho que allí se realizara pesca alguna. Ese lugar me asustaba, tenía la sensación de que no estaba solo, de que algo o alguien me vigilaba muy de cerca, sentía su mirada clavándose en mí, al principio fueron meras paranoias, pero más tarde se convirtieron en una mezcla entre miedo y curiosidad, digo esto, porque estaba muerto de miedo pero si alguien me observaba quería descubrirlo.

El momento de mayor pánico llegó cuando tras sucesivos ruidos extraños a mis espaldas,  surgieron del pantano enormes burbujas. Había algo bajo ese agua, centré mi mirada en la zona de burbujas, que intermitente brotaban, cada vez con mayor virulencia. De pronto, vi alzarse del agua un par de ojos de un amarillo intenso, la sangre se me heló, un escalofrío recorrió mi cuerpo, no podía creer lo que estaba viendo, eran dos enormes ojos que relucían en aquella oscuridad, no me perdían de vista.

Parpadeaban como el depredador que espera el movimiento de su presa. Observé dos bolsas alojadas a cada lado de su cabeza que se hinchaban y deshinchaban con intermitencia de manera sosegada, de un tono granate y sucio, advertí que las burbujas del pantano se provocaban por su movimiento. El hecho de ver solo la mitad de su rostro resurgir del agua me asustaba pero me mantenía pegado a mi asiento pues deseaba ver la criatura al completo.
Podía huir, o al menos intentarlo, pero el riesgo de esperar su salida me mantenía vivo, nuestras miradas se retaban, manteníamos un cara a cara improvisado, un duelo entre dos depredadores.

La criatura respiraba cada vez con mayor ferocidad, el agua temblaba ante su respiración. Al fin, tras años de espera, iba a descubrir las fantásticas bestias ocultas en los bosques que durante mi niñez tanto anhele. 

Comenzó a salir del agua muy despacio, empecé a vislumbrar su morro achatado, con colmillos como dagas, su semblante era espeluznante, parecía el rostro de una criatura ancestral. Poseía un cuerpo chepudo con una piel escamosa como la de un lagarto, unas robustas patas que caían pesadas y potentes sobre el agua levantando violentas salpicaduras y una cola ancha y alargada que llegaba hasta su sien coronada por un curioso faro verde en su punta. Aquella luz emanada por la punta de su cola me fascinó, la agitaba en suave danza, supongo que para embelesar a sus víctimas y arrastrarlas hasta sus fauces, la criatura a cada paso me observaba y parecía esbozar una malévola sonrisa, como el león que fija su mirada en una cría indefensa. Al salir del pantano y estar a unos treinta metros, la bestia seguía andando con pasividad y gran concentración, buscaba algún movimiento en falso mío para abalanzarse sobre mí, ella dominaba la situación sus bolsas seguían absorbiendo y expulsando aire tranquilamente y su lengua recorría las sierras de sus dientes. Sus brazos se arqueaban con la intención de atraparme en el momento exacto y sus afiladas garras se agitaban en réquiem.

Sentía su respiración cada vez más cerca, miré alrededor buscando rutas de escape, que podría hacer para huir de semejante rey del bosque, mi cuerpo reaccionó de forma instintiva e hizo que de un salto saliera corriendo de vuelta al pueblo, corrí lo más rápido que mis piernas podían, no miraba atrás, pero podía sentir su aliento en la nuca y sus pesadas patas quebrar el ramaje del suelo, escuché como un búho que posaba en lo alto de mi cabeza, iniciaba su precipitada huida. La gris luz sobre los arboles torpemente me dejaban ver el camino y me di cuenta que andaba perdido, giré mi carrera, lo sentía cada vez más cerca.
Recordé mi huida cuando tenía siete años de un perro que solo quería jugar conmigo pero que yo pensé que intentaba atacarme. En este caso, dudo de que mi espantoso perseguidor quisiera jugar conmigo aunque quizás si con mi cadáver.

Atravesé metros y metros de bosque, salte los troncos caídos que obstaculizaban mi escape,  mi carrera se ralentizaba tras cada salto, en cambio, la bestia arrancaba de cuajo cada árbol que estrechaba su camino. Recuerdo una mirada fugaz que eche atrás para ver a mi agresor y descubrir cómo sus enormes brazos con sus afiladas garras agarraban dos troncos y de un rápido movimiento despegaba las raíces del suelo, el ruido de la caída de los troncos hacía temblar cada vez más mis piernas, era inútiles escapar y me horrorizaba pensar como la criatura iba a acabar conmigo. 

Al fin vislumbre la pequeña entrada a una cueva, me adentré en ella y corrí a ciegas oyendo los ecos de su voz. La cueva, privada de luz en su interior, me llevo a recordar mi caída en la calle Crichton y me atemorizaba cada vez más aquel camino. Escuché su fatiga resonar sobre el interior de la cueva, sabía que lo tenía justo a mi espalda y que de un momento a otro iba a atraparme.

Para mi salvación, vi una grieta por la que penetraba la luz, iluminaba un pequeño agujero en el suelo, esa podría ser mi salida de esta caza, al llegar a su borde me colé en su interior, caí unos metros y aterrice sobre el agua, me hundí hasta el fondo y al segundo salí a la superficie como si fuese una boya, atrape una bocanada de aire desesperada para no ahogarme y al instante, la bestia intentó adentrarse por el agujero, pero su gran envergadura sólo le permitía alojar su cabeza, con ferocidad intentó cogerme, lanzando violentos mordiscos.
El choque de sus dientes resonaba en toda la cueva como dos piedras tratando de quebrarse una a otra, era la bestia más terrorífica que jamás el hombre haya presenciado, sus babas colgaban de su mandíbula y se precipitaban sobre mi ropa.
La criatura, abrió su boca, emitió un fuerte rugido que retumbo sobre toda la cueva, segundos después, se escuchó una réplica, pero esta vez el rugido no era agudo como el de mi verdugo sino grave, parecía provenir de una cosa de mayor envergadura. Nada más oírlo, la criatura sacó la cabeza del agujero y corrió despavorida.

Asustado, decidí nadar para buscar una salida, para mí fortuna no había mucha profundidad, y podía apoyar mis pies en el fondo. Tras unos minutos nadando salí de allí y llegué a orillas del muelle. Me sentía a salvo, por fin había llegado al lugar de donde nunca debí separarme.

Subí al muelle y baje la avenida principal, la hilera de faroles que la iluminaban me resultó eterna y mi corazón no bajaba la intensidad de sus latidos, estaba preparado para reaccionar ante un ataque sorpresa de cualquiera de las dos bestias que había oído esa noche. Al llegar al cruce con la calle Crichton el rosetón me ilumino como al preso que trata de escapar de su prisión, tome la dirección derecha que por fortuna mantenía el queroseno de sus faroles intacto, al llegar a su final, recorrí la calle perpendicular de Williamson y observé las puertas de mi casa con su madera carcomida y su fachada grisácea, nunca mi morada me había resultado un refugio tan impenetrable, en un abrir y cerrar de ojos introduje titubeante mi llave en la cerradura y con un hábil giro de muñeca abrí la puerta, atravesé el umbral y cerré con fuerza la puerta. Una vez dentro moví el aparador situado a la izquierda de la puerta a modo de contrafuerte y apagué los cándeles. Me hallaba empapado, exhausto y aterrorizado, ¿Qué clase de criatura había visto? ¿Volverá a por mí? Pero, lo que más me aterraba, era pensar que quizás esa no era la única bestia que el bosque contenía. En la cueva se escuchó algo más, y por lo que parecía era más grande y poderoso que mi perseguidor.


        .......CONTINUARÁ......